¿Te parece difícil de creer? Este artículo te hará reflexionar sobre una de las dimensiones del desarrollo en la infancia y la causa de muchas de las dificultades del comportamiento infantil.

ALCANZAR LA MADUREZ EMOCIONAL CONSTA DE 3 ETAPAS:

1)    El conocimiento de uno mismo.

2)    El conocimiento de uno mismo en relación con el otro.

3)    El conocimiento de uno mismo en relación con el otro y la existencia.

Estas tres etapas que enunciadas así parecen algo filosóficas, en la práctica explican los principales hitos de la infancia. Las dos primeras y el inicio de la tercera durante la primera infancia (desde el nacimiento hasta los 8-9 años) y la crisis de la adolescencia en la que se da, mayoritariamente, la tercera.

Un bebé nace con todas las posibilidades del mundo pero va a necesitar desarrollar capacidades esenciales que le permitan adaptarse al entorno para convertirse en un adulto sano y feliz.

El conocimiento de uno mismo es el primer de los grandes retos a los que se enfrenta un bebé. Para ello cuenta con una sensibilidad genuina que le permitirá percibir el mundo que le rodea y un bagaje emocional a partir del cual aprender.  Poco a poco, el bebé desarrollará capacidades, recursos, estrategias que le permitirán entender y comunicarse con los objetos que estén a su alrededor y establecer vínculos de amor.  El vínculo principal y desde el primer momento, referente de toda su seguridad, será sus figuras paternas, mamá, papá, cuidadores… que se convertirán en modelos e influenciadores del conocimiento hacia sí mismo.

Durante los primeros meses de vida, la evolución infantil es altamente productiva.  Día a día los progresos aumentan a un ritmo vertiginoso y nuestro bebé descubre primero mediante la boca y posteriormente a través de las manos que todo ese mundo que le rodea puede estar a su alcance.  Chupar, morder, agarrar, soltar, apretar… acciones que empiezan a tomar significado y a darle la oportunidad de aprender cada vez más. El aprendizaje crecerá de manera exponencial aunque no sin tropiezos.  Los primeros fracasos y los consiguientes logros marcarán el inicio de la confianza en las propias capacidades y la construcción de la autoestima.

Es entonces cuando tiene lugar el segundo de los grandes retos, ya no basta con experimentar con el entorno, hay que empezar a relacionarse con los otros.  El conocimiento de uno mismo en relación con el otro, educativamente a ese proceso se le llama socialización.  El bebé ya ha aprendido muchas cosas importantes, especialmente que mami y papi se ponen muy contentos unas veces y otras muy enfadados, aunque no siempre es fácil de interpretar. Por ejemplo, saber por qué: si me acerco a mamá y le muerdo un día se ríe y otro se pone a chillar, si con mi mano le doy en la cara un día me entruja hasta hacerme daño y otro se aparta diciendo que si pego ya no me quiere más. Visto así, desde la perspectiva infantil ¡los adultos lo complicamos todo!

La etapa de conocerse a uno mismo en relación con el otro es todo un proceso de aprendizaje complejo en el que influyen innumerables factores.  Las normas sociales y las de la propia cultura; los valores dominantes y los que cada familia, comunidad educativa quiera adoptar; las situaciones personales, económicas, anímicas; las circunstancias familiares, laborales… Si a todo eso añadimos una de las dificultades más importantes a las que se enfrenta la infancia como es el control de la propia energía, tenemos el cóctel molotov servido.

Son muchas las familias que ante una consulta por dificultades de comportamiento del tipo “mi hijo. pega, ¿qué puedo hacer?” se muestran perplejas cuando propongo el juego del flojo-fuerte tanto en su versión de manos como en la versión de la pelota.  El objetivo es ayudar a que el peque pueda ser consciente de su fuerza y controlar las dimensiones. Pueda aprender a asociar dimensión fuerte y la dimensión flojo con sus diferentes significados.  Si apretamos fuerte podemos hacer daño y eso no nos gusta, si apretamos flojito podemos acariciar y eso es muy chuli para todos.

La diferencia entre un beso y un mordisco no está en la intención. En los peques inicialmente ambos son un juego. La diferencia está en cómo se construya su significado y, en algunos casos, no es una cosa sencilla.  La diferencia entre un manotazo y una caricia no está en la intención, ambas para los peques es una forma de contactar con el otro, de buscar la relación.

Como adultos, sea en el rol de padres, sea en el de educadores hemos de enseñar los significados de uno y otro comportamiento partiendo de la comprensión de que para la infancia son lo mismo.

Si podemos entender que besar/morder, acariciar/pegar son los polos positivo y negativo de la misma intención podremos proponer pautas educativas que conviertan los mordiscos en besos y los manotazos en caricias.  Porque no olvidemos, la intención no es otra que la búsqueda de relación con el otro.

Llegado a este punto, sólo queda por tratar el tercer gran reto: el conocimiento de uno mismo en relación con el otro y la existencia.  Si ya hay un buen conocimiento de las propias capacidades y una buena incipiente autoestima, si a partir de la relación con el otro se valoran las capacidades personales fomentando y reforzando una autoestima fuerte y segura, toca enfrentarse a la existencia ¿quién soy y qué hago aquí?

Está pregunta que como adultos nos es fácil identificar esbozando una sonrisa, en la infancia aparece de un modo más inconsciente y guía, no ya las relaciones sociales sino, el lugar que se ocupa en ellas.  Liderar, buscar protagonismo, pasar desapercibido, sentirse parte del grupo o no encontrar tu lugar son parte de los sentimientos y conductas que aparecen en un momento u otro de la etapa escolar.

¿Por qué mi hijo, mi hija se junta con los “gamberros de la clase”? ¿Por qué mi hijo, mi hija es la diana del “pegón”?  ¿Por qué mi hijo, mi hija es un “gamberro” y pegón”?  Si atendemos a todo lo dicho hasta ahora las respuestas son fáciles de deducir.  Hay que valorar cómo está la autoestima de tu hijo, de tu hija y cómo ha integrado los aspectos positivos y negativos del contacto en la relación aparte de cómo a aprendido a controlar su fuerza.  Si tienes en casa a un chicarrón o a una chicarrona fuertes, no les será fácil contactos delicados y si son todo lo contrario, tampoco al revés.  Podemos hacer la reflexión con nosotros mismos ¿soy más de gritos o de susurros?  El equilibrio es el logro de la madurez, templar ante situaciones que nos alteran el ánimo para dar una respuesta acorde con lo que la situación requiera.  A un niño que pega habrá que enseñarle a relacionarse desde la suavidad, a un niño que se deja pegar habrá que enseñarle a defenderse desde la firmeza y la contundencia.

Como en KASH-LUMN Family Care nos gusta dar recursos psicológicos, te dejo dos recursos que además de todo lo dicho te pueden ayudar:

– Para los niños que muerden y pegan, un vídeo-cuento que habla sobre qué hacer cuando nos enrabiamos para no morder, se llama Los dientes del ratón Pepón
– Para los niños que se dejan pegar y morder, un vídeo-cuento que habla sobre cómo preservar nuestra propia zona de confort, se llama Macol, el caracol
Para acabar, recojo el comentario de una mami “hoy a mi marido se le ha escapado una bofetada porque le tenía ya negro, dándole mordiscos, pinchazos… llamando la atención para salir a la calle (…)” ¿Es ésta una conducta adecuada?  ¿Cómo los niños deben llamar la atención?  ¿Qué podemos hacer como adultos?

ESCUCHARENTENDERACTUAR con la responsabilidad que nos da la madurez.  Si como padres, como educadores, como adultos podemos escuchar el comportamiento infantil y entenderlo sabremos que los niños han de llamar nuestra atención porque nos necesitan y su comportamiento es el modo que pueden utilizar para comunicarnos sus deseos, inquietudes, necesidades… Si podemos atenderlas dejando al margen nuestros propios deseos, inquietudes, necesidades o creando estrategias que puedan aunar todo lo suyo con todo lo nuestro convertiremos el oficio de padres, educadores en una apasionante aventura. Al mismo tiempo, los acompañaremos en el fabuloso viaje de la vida.  Después cada caso, cada situación, cada familia, cada niño o niña requerirán una atención única porque únicos son.